Volvía al papel, lo desdoblaba, leía.
Los dedos señalaban rápidamente, ella los seguía con la mirada.
Lo doblaba, veía sus zapatos y adentro los dedos, escapaba por la ventana, recorría inquieta la banqueta.
Volvía al papel.
¿Qué quería encontrar?
¿A caso otras palabras, un poema atado a lo inverosímil?
Las letras quietas, firmes, como soldados presentes en el campo de batalla.
En su mente jugó otra guerra, cambió de posición cada sílaba, transformó en el aire la estructura dándole paso al enunciado indescriptible.
Beligerantes, al fin soldados, regresaron a su formación.
Pensó.
Los doctores deberían recetar sonetos, un cuento de once palabras que se leyera a las seis.
Guardo el papel. Sintió la calle.
Trazó un camino distinto a casa.
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