Por lo pronto no escribo, me disuelvo en leer cada día palabras que se balancearon en otros labios antes de llegar hasta a mí con sus rumores.
Me habitan esas letras ¿cómo es posible que me pueblen esos autores?
Discuten sus enunciados en este campo de ojos que los devora. No encuentro la idea definitiva, la idea que me nombre, la que me haga encontrarme en el hueco que existe para mí.
Me busco con prisa, desastrosa prisa que afila garras contra las metáforas.
Quiero ser, sé que seré lo que no soy. Este profundo sueño no puede detenerse, podría paralizarme ante la idea fija de la realidad, pero eso es imposible, a gritos el lance de otro enunciado me lo impide.
El lenguaje, a la vez que dice, deja de decir, y la más clara determinación del que pronuncia, se desvanece ante una duda.
¿Qué queda? Otras letras anudando el crepúsculo rojo, otro escape invisible para el segundero y la ausencia participando del presente. Estas palabras no se distraen en el punto decimal, no designan las mismas leyes anquilosadas.
No hacen girar al sol alrededor de una órbita. Lo hacen penetrar descalzo en la casa iluminando el polvo de los muebles. Se oculta en esa casa, ha encontrado el hueco para desbordar su ser, las estrellas preocupadas en sus constelaciones diminutas, envidiosas de lo que habita y proclama, lo vuelven pez azul para devorarlo y escupirlo al oscuro paralelo del que quisiera escapar.
Esa idea me encontró desprevenida, abatida del hirviente calor que consumió mi casa.
Por eso no escribo.
Deambulo en la orilla de este enunciado al precipicio, me desdoblo inquieta ante el poema.
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