Prólogo para un país que no existe

Este país que no existe habita en lo imaginado. Esa posibilidad solo puede ser creada cuando pensamos en su historia. Construirnos desde ahí nos lleva inevitablemente al roce continuo de los gritos no escuchados.

Habitantes del futuro, ¿qué buscamos? Una huella quizá en el camino no seguido. No escribo desde la nostalgia de lo que no tenemos. Escribo desde la esperanza de ser encuentro porque nos hemos olvidado.

Ese país sin remitente aguarda en el no lugar, no es un asunto de poesía, tampoco de ingenuidad, es que nada somos sin el pensamiento, ¿podremos articular la pregunta que se atreva a ser respuesta?

Olvidémonos del yo absoluto, cuando es en el otro que existimos. Solamente en ese momento entenderemos a la patria. No como esa figura anquilosada hecha de piedras preciosas para recordar. Sino como la apuesta que nos brinda el movimiento del lenguaje. 

Fue con él, que los que nos precedieron buscaron un lago, no como un reflejo en el desierto perplejo, sino como una posibilidad de vida, de realidad latente, de fuego y hogar. 

Es una lucha vivir, desprenderse de los espejos y pronunciarse en comunidad para vencer los miedos. 

Este futuro que no existe no termina en una orilla, empieza en el centro mismo de aquello que pudimos conseguir cuando supimos caminarlo.

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